Párate,... mírame a los ojos…¿qué ves?... ¿no eres capaz de ver nada?...mira bien, mira y observa, sumérgete en ellos…bien,... ahora dame la mano y salúdame mirándome a los ojos,…bien, veo que intentas verme aun más allá de mi mirada, pero ¿por qué no sientes mi mano?, te doy mi mano, mi saludo, me uno un instante contigo y ¿no sientes mi mano?...¿por qué?, ¿Por qué nos comportamos como autómatas? ¿Por qué hemos olvidado los ojos de nuestros hermanos? ¿por qué no acariciamos el aire?. Has oído hablar a un montón de gente, pero ¿te has parado a intentar percibir en todos sus matices el tono de sus voces? ¿el color de sus palabras?
Tenemos prisa, siempre tenemos prisa, pero ¿dónde pretendemos llegar? Y en el supuesto de que lleguemos a ese lugar, ¿seremos allí más felices? ¿tú puedes asegurármelo? Yo no puedo, por lo tanto he decidido dejar de correr, he decidido acariciar las paredes de piedra llenas de historia, según paseo por calles en las que disfruto del murmullo y las risas de las gentes, me he parado a charlar con desconocidos a los que seguramente no vuelva a ver en mi vida y he aprendido a llorar y sentir como propia la pena ajena y, he conseguido con ello metas, metas importantes que me han hecho feliz y lo más importante, no he tenido que empujar a nadie, ni correr más que nadie para ello, sólo decidí mirar a la vida directamente a los ojos y leer en ellos todo el esplendor de mi irrepetible oportunidad vital mientras sentía el calor de su mano amiga fundida en un eterno saludo fraternal con la mía.